De pronto frente a ella estaba un
bello caballero, extendiéndole su mano, la estaba invitando a bailar. El joven
caballero poseía una máscara, al igual que todos en aquella fiesta, mientras
que la portadora de rizos rubios era la única sin una. Estaba en desventaja,
pensó ella al verlo. Sentía una atracción por ese hombre misterioso. A través
de la máscara blanca, lisa podía observar sus bellos ojos. Eran verdes, eran
tan verdes como las hojas de las plantas. “Son
hermosos” pensó la chica, la princesa de la fiesta, la única sin máscara,
la única sin nada que ocultar. El hombre llevaba un hermoso traje blanco, con
algunos toques azules en las mangas del saco y en los bordes del mismo. Llevaba
una rosa azul en él. “¿Una rosa azul?
¿Acaso eso no es imposible?” pensó la jovencita. Su vista pasó de la rosa
al rostro del joven, este llevaba una sonrisa y no salía de aquella posición
que se hace “comúnmente” al pedir una pieza de baile: su mano izquierda estaba
atrás, escondida y su mano derecha estaba extendida esperando ser tomada por la
mano de la joven. De allí, su vista pasó de inmediato al cabello oscuro, como
la noche, del hombre. Su frente estaba descubierta, gracias a que él tenía el
cabello peinado hacia atrás. Solo unos pequeños mechones se posaban en su
frente, unos mechones finos y cortos. A ella le gustaba mucho ese peinado y con
esa máscara, al estilo “El fantasma de la opera”, lucia muy bien.
Ella, estaba dudando si tomar su
mano, no lo conocía pero le atraía, había algo en él que le llamaba la
atención, tal vez serian sus ojos o esa rosa tan extraña.
Su vestido era grande y ancho pero
hermoso, su color era rojo oscuro –a ella le gustaba mucho ese color–. Tenía
varias capas, era muy propio ese estilo en esa época y ella lo lucia con mucha
elegancia. Sus rizos llegaban hasta su cintura, muchos admiraban aquel pelo, lo
tenía tan cuidado como una princesa, como lo que era. Su piel era de porcelana
y bien cuidada estaba, era una piel muy hermosa y ella también lo era. Captaba
las miradas de muchos de los presentes, para ser precisos, siempre captaba las
miradas de sus alrededores. Tenía apenas 14 años, le faltaba madurar aún,
digamos que en muchos sentidos, tanto psicológicamente como físicamente pero a
pesar de tener esa edad, debido al entorno en el que se crió, era bastante
madura. No era como las típicas princesas mal criadas pero aún así a ella le
faltaba mucho por vivir. Era sorprendente como a pesar de esa edad ella podía
ser tan hermosa, tal vez eso lo heredó de su querida y difunta madre.
Sin pensarlo más tomó aquella mano
con guates azules.
–Ven –Dijo el joven caballero con un
tono dulce y varonil, con delicadeza y lentitud la condujo hacía la pista de
baile. Todos se hicieron hacía un lado, dejando a ellos dos en el centro de la
pista.
Comenzaron a moverse al ritmo de la melodía,
de un lado hacia el otro. Se volvieron uno en ese mismo lugar. Se
complementaron. Al comienzo ella estaba nerviosa pero se calmó al escuchar
salir de él, unas palabras: “Tranquila,
relájate y déjate llevar por la música”. Él no dejaba de mirarla a los
ojos, ella igual. Aunque tenía vergüenza por estar bailando con un hombre que
aparentaba 20 años. Era muchos años los que se llevaban pero a ella no le
dejaba de interesar él. Con solo 14 años, ella estaba experimentando un
sentimiento de atracción sorprendente, no podía creer como le podía estar pasando
algo así. No lo entendía pero sabía que le estaba sucediendo algo nuevo y
extraño.
Él sentía el cuerpo de ella y ella el
de él. Así como se volvieron uno entre sí, al mismo tiempo, se hicieron uno con
la orquesta. Para ellos en el mundo no había nadie más que ellos dos, era su
lugar, su momento y nada lo iba a cambiar. Sus pasos eran iguales. Él sostenía
fuertemente la mano de ella para que nunca se separara de él. El joven no se
quería separar de ella, ni ella de él. Sus miradas nunca se separaron desde que
él tomo su mano y la llevó al centro de la sala. A pesar de que ella era la
anfitriona de la fiesta, no conocía mucho de ella, solo sabía que su padre era
el rey del país. Cosas sobre ella, como su nombre, cuáles eran sus gustos y
otras cosas, no las sabía. Estaba seguro era la hija del rey, solo una princesa
no llevaba mascara y la única princesa que había en el baile, era ella. Quería
saber más sobre la jovencita, pero sentía que preguntar y arruinar ese momento,
tal vez haría que la princesa se molestara, sin embargo tomo coraje y preguntó:
– ¿Cómo te llamas? –Le preguntó él,
intrigado.
–Prefiero conservar el anonimato, ya
me encuentro con mucha desventaja al no llevar un antifaz como tú –Dijo con una
sonrisa en su rostro. Él solo rió ante aquella contestación– Es muy linda tu
risa –Se le escapó a ella, rápidamente agachó su rostro para que no viera lo
colorada que se encontraba.
–Tú eres hermosa –Le dijo él, el
rostro de ella se puso aún más rojo de lo que estaba. Él dibujo en su cara una
sonrisa.
Ambos se seguían moviendo al compas
de la música. La gente permanecía en silencio, lo único que se escuchaba era la
melodía. Seguían fuertemente tomados de las manos y no se separaban en ningún momento.
Ambos querían seguir así, querían que ese momento no terminara.
– ¿Quién eres? –Preguntó ella– nunca
había visto a una persona como tú en mi vida –Dijo encantada por la belleza del
hombre.
La música se detuvo, había terminado
la pieza. Ya eran las 12:00 de la noche y la fiesta aún seguía pero para una
persona pronto terminaría.
–Ten –Dijo él y extendió la rosa azul
que él poseía– ya tengo que irme pero sé que pronto nos volveremos a ver.
Ella tomó la flor y acto seguido la
olió, tenía un hermoso aroma, un aroma que era extraño como aquella flor, era
un aroma que nunca antes lo había sentido.
Él ya se estaba marchando y ella
corre tras él, toma su brazo y le pregunta – ¿Quién eres? –Insiste nuevamente.
Él se acercó y le susurró en el oído “El conde azul”. Ella al escucharlo se
sorprendió pero no pudo evitar sentir la fragancia que él poseía. “Tiene el mismo aroma” que la flor pensó
ella, al sentir ese bello aroma que nunca en la vida se lo iba a poder olvidar,
una fragancia que iba a permanecer por el resto de su vida como la presencia
del caballero.
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